Y nos alejamos, con esa horrible sensación de perder algo tan bonito como frágil, y es que, si no me perdió, si que perdió la ocasión de poder hacerme feliz.
Pero ya me estaba acostumbrando a perder.
Siempre con esa inercia de aquél que nunca aprendió a dejar de llorar con las despedidas. Y recuerdo cuando no estábamos tan lejos, y aún, al mirarte, al mirarnos, te brillaban los ojos como si fuésemos a salvarnos. Qué ingenuo, supongo. Estabas enamorado, y es bonito.
Y si algún día me preguntas por qué no volví, te diré que ya conozco mis cicatrices de sobra como para saber que te hubieras ido otra vez en cuanto te hubieras acercado lo suficiente, y no quiero abrirlas de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario