Que después de que te abandonase en la carretera, no sufras ataques de pánico en las gasolineras, en las curvas, ni en mis llamadas por teléfono.
Me resulta ridículo escribirte una carta, porque tienes garabatos míos hasta en tu diario. Marcas de mis golpes en el recuerdo, amor de mis manos deslizándose en tu cara, todos mis susurros detrás de tus oídos...
Pero a veces tengo miedo. Yo que cruzo sin mirar, bebo sin control y vivo sin sentido. Tengo miedo, coge lo que quieras.
De no poder decirte suficiente cuanto te miro, de no saber expresarme cuando te toco; de que no entiendas mi lengua cuando te recorre, de que te asuste más de lo que me asustas a mí sentir.
Miedo de que todavía tengas dudas de que fuiste tú el que me dijo que el amor son dos calcetines de distinto número; una película que empieza por el final, una cama sucia y siempre sin hacer. Manos entrelazadas, cuchillos volando.

Supongo que el calendario cada vez tiene más nombre y menos hojas. Que todo el que salta en mi cama acaba diciéndome que te echo de menos. Que las alfombras de mi cuarto ya no sirven para volar, que el día que nos conocimos cada vez acumula más polvo y yo sólo vuelvo al principio para insinuarte que...
Sigo teniendo miedo, no te has llevado nada.
Miedo de que algún día te canses de llevarme en brazos a casa cuando bebo más de la cuenta, de besarme las comisuras, de esperar tras el cristal. Miedo a que tus drogas estiren de mis palabras, miedo a que mis palabras tiren de tu corazón; miedo a que tu corazón se me olvide en cualquier bar, miedo a que en cualquier bar se te olvide quien soy yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario