Entrará en mi vida aquél que tenga su propia vida, quien me invite de vez en cuando a compartirla sin que quiera matar la soledad conmigo; quien entienda que al amor en libertad, también le gusta la compañía.

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sábado, 6 de diciembre de 2014

No volvimos a vernos.

Y borré su número del móvil. Nunca he estado segura de cómo se olvida, pero pensé, que esa era una buena forma de empezar; me equivocaba.
Meses después se me sigue enfriando el café por la mañana, mientras espero a que venga a desayunar conmigo. Es como cuando tardas un poquito en darte cuenta de que no estás soñando, de que la realidad, es que ya no pides tostadas para dos en el bar de la esquina del instituto, y que ya no te importa cambiar las sábanas de la cama tan a menudo.
Así son las cosas, la rutina.
Tardo un poco en darme cuenta de que ya no comparto su tiempo. He dejado de tararear canciones en la ducha, y he llenado la nevera de litronas medio llenas, o quizá medio vacías. O quizá se me están amontonando las razones para buscarle algún día y decirle que vuelva a recoger los trastos que se dejó, yo, entre ellos. 
Y luego están todos esos para siempre, a los que el tiempo no hizo justicia y todos esos ojalás que escribimos en vaho de un montón de espejos en los que ya no me miro, por si verme sin el me hunde. Un poquito más.
Y yo, que siempre había querido tocar el cielo, el de sus labios, o mejor dicho, tocarlo siempre, porque hubo un tiempo en el que me mudé allí, y las vistas, eran preciosas. 
No sé, a veces sigo pensando que la única forma de olvidar a alguien, es conociendo a otra persona a la que no desees olvidar. Pero claro, a ver cómo le abres la puerta al amor, si la última vez que vino, solo vino a desordenarlo todo. Y lo desordenó tanto, y tan bien, que aún, pasado el tiempo, sigues encontrado cosas que no están en su lugar. Entonces, de madrugada, es cuando te enciendes un cigarro y piensas en lo irónico que resulta que exista gente que siga pidiéndote que sonrías. Qué sonrisas te quedan pero razones para sonreír no todas.

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