Al final, para la inmensa mayoría, la felicidad consiste en obtener un millón y no morir antes de gastarlo.
Para mí la felicidad, sin embargo, es que tú abras con pereza un ojo a las cinco de la mañana. Titubees mi nombre como si fuese tu primera palabra y esperes con inquietud a que yo responda el tuyo como si fuese la última.
Siendo eso tan simple, a veces me pregunto, por qué ellos parecen más esperanzados en la felicidad siendo su deseo mucho más complejo que el mío.
Supongo que porque en este momento es más probable que yo obtenga un millón
a que tú vuelvas a llamarme.