Poesía, mueres tú.
He pasado la tarde tumbada en el sofá.
En bragas, con la ventana abierta y las cortinas desnudas. Con toda la intención de poner cachondo al invierno, que se corra hasta el viento. Qué puto frío.
He esperado a que salieses a dar un paseo, con la cabeza alta mirando al suelo. Con la ternura de un cachorro y la rebeldía del que sabe que es rey de su selva.
He imaginado que en algún momento tendrías que pasar por aquí, como todos los días. Y que al ver las cortinas abiertas, te asomarías por si me pillabas leyendo un libro indiferente. Que apoyarías la cabeza contra la primera esquina y te masturbarías muy fuerte, hasta congelar tu descendencia en cualquier pared en pleno octubre.
Y después te irías a casa, a lamentarte por no haber tocado el timbre.
El cartero siempre llama dos veces, pero el poeta ninguna. Y así ando, recogiendo recibos despeinada, pero nunca versos y abrazos,
La musa sigue tumbada en el sofá con la ventana abierta. Como un preso convencido de que la libertad está en su propia cárcel.
Ahí la tienes, más misa que musa. Confundiéndote con otros, otras, balcones o lluvia.
Aquí me tienes, y así no me quieres.
Espero que al volver a casa, tu habitación siga desordenada de mis bailes, y no puedas evitar darte cualquier golpe de rabia contra la suerte.
Y vuelques el cenicero. Y en algún momento llores lo que tendría que haberme corrido, u ocurrido.
Yo tan mariposa que me confundas con tu futuro, capullo.
Y salgas corriendo a buscarme, por si sigo sola y sólo en piel, que es lo más probable.
Te espero desnuda por dentro.
SONRÍE, TIENES UNA POLLA PRECIOSA.
Si me vuelves a preguntar qué es amor, espero que sea con la boca llena.
Maleducado estás más guapo.
Y yo, encendida, también.