Tiene todas esas cosas que me gustan superficialmete. Unos labios que llaman al mordisco, una forma de mirar que desnuda y dan ganas de borrar a lamentones cada uno de sus tatuajes.
Estaba delante de mí. Me contaba su historia. Aún no había empezado a profundizar y ya notaba que no me gustaba sólo por fuera. No sé, se reía de una manera diferente, y cuando levantaba los ojos justi después de bajar la mirada, los clavaba en los míos tanto que parecía que quería quedarse a vivir en ellos. Y yo no iba a desahucciarle de allí, eso seguro. Empezaba a tener ganas de que él fuera lo primero que quería ver al día siguiente por la mañana al despertar, y de sólo necesitar abrir mis ojos para saber que seguía ahí durante toda la noche.
Él debía pensar lo mismo, porque me invitó a su casa. Llamábamos hablando de nuestras vidas toda la noche, y si quedaba algo por contar, podía esperar a mañana. Lo que no podía esperar era la llamada del instinto, la magia del instante antes del primer beso, las ganas reprimidas, la explosión de libertad que supone arrancar un primer gemido, los dientes en el cuello.